A la mañana siguiente, de alguna forma, algún vecino se dio por enterado de lo que había sucedido. Originado que el lugar se llenara en un pardeo de inspectores, forenses, paramédicos, y curiosos en general. Me habían llevado al hospital local donde me mantuvieron en observación. Temerosos que el acontecimiento hubiese generase en mí una reacción tardía y que en algún momento fuera a comenzar a gritar alterada y desorientada. Pero eso no iba pasar, sabía perfectamente que no seria así.
Esa misma tarde ingresó a la habitación donde me encontraba una funcionaria publica que me miró con compasión. Yo le devolvió una mirada vacía. Discutió un poco con el medico a cargo. Al final decidió que el impacto que había recibido era tan grande que lo mejor seria recluirme en un lugar donde me sintiera más cómoda y se pudieran encarga profesionalmente de mí. Al no tener más familiares que se hicieran responsables de esta pobre niña; aquel lugar era la mejor opción.
Ellos seguían insistiendo que el impacto era tan grande que tal vez nunca volvería a integrarme en la sociedad, que estaba destrozada por dentro; que mi salud mental estaba en tela de juicio. Ellos seguían insistiendo que yo ya no era una persona en adecuada condición mental. Cosa que no era cierta, nunca me había sentido más capaz de ejercer mi juicio, nunca había estado más lucida y serena. Pero no tenía intención de ir en contra de ellos, por lo menos no en ese momento. Si para ellos resultaba más fácil declararme “incapaz”; entonces de ese momento actuaria como tal.
Los años pasaban siempre en la misma rutina. Era despertada por la enfermera que estuviera de turno; en general todas eran muy amables y dispuestas a cumplir su trabajo. Aunque en el fondo solo disfrutaban la posición de superioridad que le otorgaba el cuidar a personas que según les había enseñado (la sociedad en si) eran menos que cualquiera; por consiguiente eran menos que ellas. Los baños con agua helada eran parte de lo habitual, me habían dejado crecer el cabello por lo que casi llegaba hasta mis caderas. Por momentos era difícil cargar con él, y me había provocado uno que otro malestar en el cuello y ocasiones dolores de cabeza. Después de un insípido desayuno y la dosis matutina de tabletas de colores similares -en gran multitud- que me eran obligadas a tragar en seco, podía caminar tranquila por el gran jardín de la “Casa de reposo Gratitud”. Había bancas ubicada cada 2 metros. Pero yo había reclamado como propia una ubicada debajo de un antiguo roble. Su sombra era cálida. Me dedicaba la tarde a pensar irreverencias en relación con su grueso tronco ¿Cuántos mondadientes podría sacar de allí? ¿Cuánta presión tendría que ejerce para que se quebrara? ¿Por qué aquellas extrañas hormigas de cuerpo alargado preferían caminar sobre su tronco? A veces me desviaba…y ¿Si fuera una hormiga, en vez de persona?
En el primer mes en ese lugar no pude pasar desapercibida. Me presentaron ante los demás internos. Había una gran variedad de personas, algunos se veían tan debatidos que era probable estuvieran pesando en ese momento la mejor manera de acabar con su miseria, otros eran distantes sin desprenderse totalmente del interés, algunos simplemente me sonreían abierta e hipócritamente. Conocía ese tipo de sonrisa era la que utilizaba mi madre al encontrarse con sus amigas las cuales no dejaban de alardear de los logros de sus hijos; y ella tenia que conformarse con sonreír al tener una hija común, que nunca sobresalía, ni tampoco lo intentaba, en absolutamente nada.
Resultaba que todos los pacientes se encontraban en la etapa adulta. Por más que recorría visualmente el amplio grupo una y otra vez no lograba encontrar ningún niño, ni ningún adolescente. Solo estaba yo; despertando en los demás un sentimiento de apego biológico-instintivo hacia mí. Sino me veían como la hermanita menor que ya casi no recordaban, era la viva imagen de su hija que los había dejado de visitar hace mucho, o alguna querida sobrina. Trataban de mimarme con pequeños detalles o alguna tierna caricia. No lo soportaba. No quería que nadie se me acercara, que nadie pusiera un solo dedo en mi piel o rozara mis cabellos. Todas esas personas provocaban en mí, el más insoportable asco y desaprobación. Por lo que comencé a evitarlos. Siempre que alguien se sentaba a mi lado, me levanta de allí y buscaba otro lugar en el que no tuviera que entablar ningún tipo de contacto con otros. Esto empezó a llamar la atención de las enfermeras, dejándome en el centro de su atención.
El cuarto básicamente era una cama de sabanas blancas y un pequeño nochero de madera; una al lado del otro dentro de 4 gruesas paredes. Tan asfixiante que no lograba conciliar el sueño; me levantaba a media noche a recorrer los pasillos hasta llegar a la recepción la cual tenia la misma dimensión y el mismo color en las paredes de aquel lugar en mi antiguo hogar donde lo había visto por primera vez. Convirtiendo a aquella habitación en un lugar de vista frecuente. Al final terminaba siendo llevada por las enfermeras de regreso a mi habitación. Pero la escena se repetía todas las noche por lo que decidieron asegurar la puerta una vez llegaba la hora máxima que se nos permitían estar despiertos.
Aquella habitación representaba un espacio agradable. Me sentaba apoya contra la pared que coincida con la que mi madre había manchado con su sangre. Desde allí observaba todo el salón por horas y horas. Tratando de descubrir el modo en que había entrado a mí casa. Recordando cada detalle. Debatiéndome como fue posible que lo dejara escapar, así sin más. Después de varios días determine que debía ser un conocido de mis padres o por lo menos de uno de ellos; ya que en la habitación no había muestra de alguna lucha o forcejeo, ni mucho menos violación en la puerta en un intento de abrirla. No pudo haber entrado por la puerta trasera ya que lo escucharía en mi habitación. Lo habría notado o por lo menos él se hubiese mostrado ante mí. En definitiva no había sido un intruso, había entrado con el consentimiento de mis padres- ingenuos de su fatal decisión- por la puerta principal.
Una vez solucionada esa duda. Me dedique a recordar la manera como había acribillado a esas dos personas. En definitivas los cortes eran limpios, el pulso fijo y nunca vacilante. Así que el crimen no fue un impulso, generado por alguna discusión que se había provocado. Debía tener experiencia en ello. De tanto en tanto conseguía alguna rama que pudiera imitar en tamaño al pequeño puñal. La tomaba con firmeza tratando de generar cortes en mi piel para así lograr entender el manejo exacto que se le debía dar. Hasta que las enfermeras me descubrieron y tomaron esto como una especie de daño que me quería provocar. Por lo que me prohibieron la salida al jardín por un par de días.
En esos días solo me preguntaba la manera cómo había convencido a mis padres para que les dejara poner las mordazas y los atara. Porque esto lo debía haber hecho bajo el consentimiento de ellos. En el momento que entre a la habitación ninguno de los dos tenían señales de haber sido heridos tratando de inmovilizarlos. Solo tenían esa expresión de terror en sus ojos. Por lo que seguro no entendían el peligro que correrían después de haber accedido a entrar en lo que ellos pensarían era un juego. Esto confirmaba lo que ya tenia claro. Él no era un intruso en mi hogar. Trataba de recordar su rostro, no lo conseguía. Intentaba hacerme una imagen mental de que edad podía tener; no tenia éxito en eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario